lunes, 11 de marzo de 2013

Geometría del pasado



A esas horas de la mañana no tenía paciencia para nadie, normal que terminase con un cuchillo entre pecho y espalda. El día empezó con un golpe sordo en el desván que me sobresaltó. "Malditos gatos", me dije, pero mis pensamientos rápidamente se tornaron en agobio al darme cuenta que me había dormido y seguramente perdería el autobús de las 7,45 a Jaén. Salte como un resorte y me vestí lo más rápido que pude mientras esprintaba escaleras abajo haciendo malabares con las mangas de mi camisa. El taxi permitió que llegase a tiempo, pero el día que me esperó en la Universidad me hizo maldecir el golpe, ya que mejor hubiese sido dormir a despertarme para el día que me esperaba: consejo de departamento, alumnos alborotados y experimentos fallidos. “Día aciago”, pensé cuando por fin me monté en el autobús de vuelta a Granada. 

Al bajar de la estación ya había anochecido, aunque el clima incitaba a pasear gracias a la brisa cálida, esa que eriza el bello de los brazos y nuca, y que por fin le daba el principio de la primavera a la caída de la noche. 

En esos momentos lo vi, tenía un aspecto extrañamente familiar pero la cara estaba hinchada, abotargada y llena de gran cantidad de venas inflamadas, que le daban más el aspecto de un semáforo al rostro. Vestía un abrigo largo, sucio y de cuero marrón, extraño para la estación del año y que me hizo que pensase que era un simple mendigo.

Sin mediar palabra y solo balbuceando extraños quejidos, se acercó y saco una reluciente hoja metálica,  gruesa y con una empuñadura con una piedra negra. Sin darme tiempo a reaccionar me la clavo en el pecho.

Caí al suelo desplomado por el dolor y el empujón que me profirió en la huida. Tumbado en el suelo lo veía arrastrarse más que correr por los aparcamientos de la estación. Los taxistas de la parada cercana corrieron a auxiliarme, escuché el chapotear de sus zapatos en el charco de sangre en el que me encontraba tumbado, que manaba de una profunda herida en el lado izquierdo de mi pecho. Tenía un profundo dolor en el pecho, luego todo se tornó oscuro y perdí el conocimiento.

Me desperté en la cama de hospital aturdido y asustado, ya que mis últimos pensamientos fueron “me muero”. Entonces la vi por primera vez. Seguramente los efectos de los calmantes hicieron que no me fijase en ella con tanta atención como el resto de mi estancia en la habitación del hospital. Natalie, ese era el nombre que aparecía en la reluciente chapa que mostraba en su uniforme, me contó que había tenido suerte, que un poco más de profundidad y no lo habría contado. También me dijo que la policía encontró el cadáver del vagabundo, al lado de la estación, víctima de numerosas hemorragias internas. El vagabundo dejo de ser el foco de mis pensamientos, y fue sustituido por Natalie. Sus venidas cada vez fueron más frecuentes en el mes que estuve hospitalizado y nos intercambiamos la información necesaria para saber que era soltera, francesa y le encantaba la comida japonesa. Para mí cada día más atractiva, su corta melena era un marco para un rostro fino y con mejillas pecosas. Sus ojos eran de un verde oliva oscuro y su sonrisa mostraba unos dientes blancos y cuidados. El último día me armé de valor y le pedí el número de teléfono, esa misma tarde la llame y quedamos al día siguiente. Nunca fui lanzado en las relaciones con mujeres, pero supongo que el flirteo con la muerte me dio ese empujoncito.

A la semana me desperté en su cama tras tener sexo durante la noche. Su blanco cuerpo estaba desnudo con la espalda de perfil mirando hacia mí. El amanecer entró tímidamente por la ventana abierta de su ático para dar paso a una claridad que hizo que su piel pareciese cobrar vida. Se dio la vuelta y me sonrió, para de repente lanzarse sobre mí y besarme. En ese momento y todas las demás veces, hicimos el amor.

Natalie se mudó a las pocas semanas a la destartalada herencia familiar que era mi casa en el bajo Albayzin. Una vetusta casa de dos plantas, tres dormitorios y un desván abuhardillado en el que se guardaban cajas con cosas olvidadas de mi familia.

Natalie era maravillosa. Perdió a sus padres a edad temprana como yo, pero fue criada por sus tíos, yo lo fui por mis abuelos, hasta que mi abuelo desapareció sin dejar rastro y pasé a estar solo bajo la estricta supervisión de mi abuela, la que me obligó a estudiar una carrera universitaria pese a mi carácter rebelde, pero esto me permitió que acabase trabajando como ayudante doctor en la universidad de Jaén, dando clases e investigando, esto último era mi pasión.

Un año después me encontraba arrodillado en el mirador de San Nicolás. Diluviaba, esto espantó a los guiris, y permitió que nos quedásemos solos mientras los turistas corrían en todas direcciones para guarecerse. Me dijo que si y fui el hombre más feliz del mundo.

Empezamos a redecorar la casa. Natalie mostró una faceta creativa que me sorprendió por un lado pero que me dejaba extenuado por otro al tenerme como mulo de carga moviendo muebles de un lado para otro. El desván se convirtió en su fuente de inspiración y de muebles, ya que todos los cachivaches que allí había le fascinaban y luego me obligaba a bajarlos para restaurarlos con sus hábiles manos. Me encantaba su traje de faena, compuesto por una de mis viejas camisas azules tipo Oxford y unos pantalones cortos. Se estaba dejando el pelo largo, por lo que se lo recogía con una pequeña coleta que me permitía besarle el cuello por la espalda mientras la abrazaba por detrás. Una tarde me dio una caja con libretas de mi abuelo y me pidió que moviese un pesado taquillón que había delante de una de las paredes y de la habitación y cuya caída fue la responsable del ruido sordo que escuche el día que sufrí el apuñalamiento. Al retirarlo me percate de un extraño dibujo geométrico que había en la pared, justo detrás del mueble. Estaba compuesto de una gran cantidad de segmentos rectos que parecían describir un espacio rectangular, pero que se encontraban desplazadas unos con respectos a otros en ángulos que parecían desafiar la imaginación. Al mirarlo fijamente, el espacio parecía enfocarse y desenfocarse en el plano de la pared. No le di importancia, últimamente tenía problemas de presbicia, los cuales no quería reconocer por ser sintomático de la edad. Esa noche ojeé los cuadernos de mi abuelo y le hice una presentación de uno de los miembros más notables y raros de mi familia, el abuelo Guzmán. Era un gran matemático, eso decían en la facultad sus compañeros de departamento de geometría plana y del espacio, pero con tendencia a desvariar y a la soledad en los últimos años antes de su desaparición. Él nunca mostró mucho interés por mí ni por mi abuela, así que yo no sentí mucho su desaparición. En la familia se pensó que estaría en la alpujarra dando rienda suelta a sus desvaríos. Natalie se mostró atenta a mi historia y al terminar dirigió su mano a mis genitales suavemente, para luego presionarlos bruscamente, mientras me decía entre risas que si era genético el abandonar a las mujeres en mi familia me despidiese de mi virilidad. Hicimos el amor y dibuje nuestros nombres en su espalda con la yema de los dedos, mientras le decía al oído que en mí ese gen era recesivo.

Natalie se marchó a visitar a su tío, que tenían problemas de salud. En su ausencia comencé a pasar mucho tiempo en el desván y comencé a ojear las libretas de mi abuelo. Paralelo a su lectura comencé a fijarme de manera más concienzuda en el extraño dibujo de la pared y he de reconocer que cada vez me daba me causaba más intranquilidad, al igual que los cuadernos. Mi abuelo garabateaba sobre dimensiones dentro de esta dimensión y la apertura de puertas con marcas geométricas que permitiesen viajar a otros puntos temporales y sobre posibles secuelas físicas que podrían dejar.

Dejé de leer los libros, pero no de mirar a la figura de la pared. Un día me armé de valor y acerque mi mano al rectángulo central, mientras lo hacía parecía que la pared latía y venia hacía mí y no yo hacia ella. Retire la mano aterrado. Al día siguiente traje un ratón del laboratorio y lo acerque a la pared, para mi asombro el pobre animal al acercarse a la pared desapareció, como si esta lo devorase. Convencí a Natalie para subir el pesado taquillón y lo coloque delante de la marca. Me daba miedo, no le conté nada a ella de mis lecturas ni de la experiencia con el ratón, preferí olvidarlo. 

Natalie se recuperó de la muerte de su tío. Yo le dije bromeando que quién mejor que nuestro hijo para que nos llevase las arras y decidimos intentar tener uno. Fue en la alpujarra, esa noche bebimos mucho y Natalie me compró un abrigo largo de cuero marrón en un mercadillo del pueblo que regentaban unos hippies. Utilicé el abrigo para hacerle un striptease, se rió tanto que cayó de la cama. Hicimos el amor en el suelo y surgió la pequeña Lucía.

Tres meses después Natalie tenia fuertes jaquecas y desmayos que asocie al embarazo, pero cada vez esa teoría me convencía menos. Al mes fuimos a la consulta de un amigo oncólogo, tras unos resultados sospechosos en analíticas: glioblastoma. 

Natalie no quería que la interviniesen, sabia tan bien como yo de la progresión del tumor a un plazo medio y no quería que pudiese influir en la gestación de la pequeña Lucia. También se negó a la quimio. Yo no hice nada, salvo respetar su decisión, en la intimidad lloraba. Natalie empeoraba por momentos y me pidió que nos fuésemos a la alpujarra. Me marché con ella en el sexto mes de embarazo. Dos semanas después moría entre mis brazos, como un pequeño pez de colores que salta de la pecera. Llore con ella entre mis brazos y no fui capaz de reaccionar. La pequeña Lucia muere junto a su madre, según los médicos, nada se pudo hacer.
 
A los tres días estoy en mitad del salón de mi casa rodeado de gente, vivo en un silencio sordo rodeado de voces de amigos y familiares, similar al zumbido que provoca la caída de un obús, nunca lo he experimentado, pero eso dicen en las películas.

El obús cayó y mi mundo se vino abajo.

Pasan las semanas y no salgo de la casa, pierdo peso y duermo para soñar con ella, pero todas las mañanas la realidad me la arrebata de mis brazos. Mis amigos comienzan a preocuparse. Me obligan a reinsertarme en la sociedad. Pasa el tiempo y conozco a Julia. Julia es guapa y muy dulce, comenzamos a salir y practicamos sexo, solo sexo, pienso que llegará un momento en que haga el amor con ella. 

Julia se instala en mi casa, es 8 años más joven que yo y es un torbellino de vitalidad, me dejo llevar para engañarme a mí mismo. Pasan los meses y Julia cambia mi mundo, empezando por mi ropa, la clasifica y lo que no le gusta o esta viejo, lo empaqueta. Las cajas son bastante grandes, pero me dejo llevar. Creo que me estoy enamorando de nuevo.

Una tarde Julia vuelve, me regaña por la caja de ropa que aún no he subido al desván y saca un pequeño paquete del bolsillo de su abrigo y me lo entrega, mientras me dice feliz cumpleaños. No había caído en eso, no quería cumplir años. Se lo agradezco con un efusivo beso en la boca y comienzo a desnudarla. Se aleja de mi burlona y me dice que primero abra el regalo, suba la caja de ropa, y después ya veremos. Abro el regalo y resplandece con la luz de la sala: un abrecartas con hoja plateada, gruesa y con una piedra negra en la empuñadura, me quedo petrificado al verlo, me pica la herida. Mientras, Julia no estaba mostrando atención, se encontraba sacando de un armario el grueso y largo abrigo de piel marrón que me regalo Natalie, me lo colocaba sobre los hombros como si de un maniquí me tratase, mientras me decía que lo subiese también arriba de una vez por todas.

Julia recibe una llamada. Mientras subo de manera pesada y como un autómata la escalera me doy cuenta de lo viejo y roído del largo y pesado abrigo y me guardo el abrecartas en un bolsillo. La cicatriz del pecho pica más. Lloro por Julia, pero me digo que merecerá la pena.

Lo último que oye Julia es el retumbar en el techo del pesado taquillón desplazándose.


lunes, 4 de marzo de 2013

La sombra

Y el baúl se quedo vacío... y a simple vista nada llevaba a pensar lo contrario. Las gruesas paredes de madera que lo conformaban estaban forradas de un terciopelo negro como la boca de un lobo, que absorbía el mínimo resquicio de luminosidad y se asemejaba a lo que era mi infantil concepción de un agujero negro. Su tacto era frío y resbaladizo, toda la mañana me había familiarizado con él, al palpar el continente del cofre en toda su extensión. El pulpejo de mis dedos presionaba cada milímetro buscando algo que ella hubiese dejado. Nada, solo el vacío, eso pensaba. Ese agujero negro que era el baúl, antes había contenido mi centro del universo en torno al cual gravitaba, y de golpe, la nada. No tenía órbita, flotaba en la alcoba con el pánico como compañero de viaje, mientras el amor se desangraba y por las dentelladas crueles del odio, ya notaba la sangre amarga en mi boca.

Pensé en prenderle fuego, habría sido lo mejor, cremarlo todo como si de una pira vikinga se tratase, pero el perfume que aún manaba del baúl lo impidió: eso me dejó, el perfume. Su perfume, con el que tantas veces vistió mi cuerpo desnudo a través de su cuerpo. El perfume, que mezclamos con sudor de nuestros torsos. El perfume, que lamí de su vientre, de sus pechos, de su pubis. Me acosté en el erial que era nuestro lecho con el baúl abierto a los pies de la cama, como desafiante esfinge que me vigilaba. Traté de que el sueño viniese a mí, pero se burlaba saltando de la lámpara a la ventana. Me miraba burlonamente y me preguntaba por nuestro pasado. Yo me desesperaba y lloraba ante lo cruel del espectáculo. De pronto vi como bajaba de la lámpara del techo y se metía en el baúl. De allí emergió sonriente de la mano de una alta figura de mujer, negra como la noche y desnuda como la luna. Los dos se metieron en la cama, y mientras la familiar sombra femenina me rodeaba con sus brazos y se acurrucaba sobre mi pecho, el sueño ponía su mano en mi frente y me tapaba los ojos. Todo estaba oscuro, estaba en el agujero negro que se comió mi universo. La sombra de mi amada clavó primero las uñas en mi pecho, para continuar abriéndose paso entre la carne con sus dedos desnudos, rasgando mis músculos y haciendo brotar sangre de mi pecho. Llegó por fin con sus frías garras hasta mi corazón y mientras me desangraba, el perfume se mezclaba con el metálico olor de la sangre. Cuando el dolor era insoportable, me susurro al oído: Tus latidos, ahora más que nunca, serán míos…

Quizá el efecto del bote de pastillas se estuviese pasando, pero el dolor que sentía en las muñecas por los cortes me había vuelto a la realidad. La cabeza la tenía hundida hasta las orejas en el agua roja por la sangre. El vaho del cuarto de baño me dejaba ver solo sombras, su sombra. Allí estaba, mirándome impasible, como siempre. Grité con todas mis fuerzas: Espero que por fin te dignes a responderme” “ves lo que has hecho” “ves lo que has desencadenado” “sufre, como sufro yo, y que la culpa te marque para siempre Al gritar, la sangrienta agua entra en mi boca. La sombra se desvanece, por fin. De repente comienzo a sollozar y gemir, "Ahora, oh Dios, lo comprendo, las sombras no pueden responder y no tienen sentimiento de culpa, ¿qué he hecho?. Me hundo en la bañera y me mezclo con el rojo, mientras cae el telón de mis pesados párpados y me falta el aire. Se marchó y me dejo su sombra. El baúl no estaba tan vacío como pensaba.




sábado, 10 de marzo de 2012

proyecto XXX

La primavera se acerca dejando al invierno en la lejanía, el frío se convierte en calor y el viento en una suave brisa que remueve las hojas de los arboles lentamente. Empiezan a alargarse los días y el sol que entra por la ventana produce una leve morriña cuando empieza la tarde. En una tarde de estas nos encontramos hoy, la niña que quería soñar y la esponja amarilla están tumbadas en el sofá, cada una a su manera, la niña que quería soñar está boca abajo con los pies en el respaldo del sofá y la esponja amarilla apoya su cabeza en el reposa brazos y los pies encima de la barriga de la niña. Tras un rato con los ojos cerrados la  niña empieza a soñar en voz alta.

- ¿Sabes qué esponja? El amor y el trabajo son una cosa muy parecida, por no decir que son básicamente lo mismo.

La esponja amarilla abrió un ojo, se giró en dirección a la niña y se dispuso a escucharla.

- Si, te explico. Cuando te enamoras de alguien, ese alguien se convierte en la persona perfecta. Todo en él es perfecto, sus ojos, sus labios, sus manos, su culo, su sonrisa, todo. Con el trabajo pasa lo mismo, lo ves y dices, es el trabajo de mis sueños, el amor de mi vida. Entras en la etapa perfección. Suspiras por cada gesto que no te hace a ti porque ni siquiera sabe que existes, por cada palabra que sale de su boca, por cada mirada, por cada momento que pasa con sus amigos, en general por cualquier cosa que hace la gente normal. Después de la fase perfección entras en la fase sueño. Te pasas el día soñando con eso. Te pones a soñar como sería trabajar allí, las cosas que podrías hacer, como podrías mejorar, como podrías alcanzar las metas que te propusieran y lo feliz que serías en aquel lugar. Luego llega la fase reto. Te propones retos que tienes que conseguir, chocar con él, hablar con él, sacarle tema de conversación, en definitiva, esta es la etapa de acercamiento, el reto es hacer que él o el trabajo sepa que existes. Una vez superada esta fase llega la de idolatración, que es como la etapa perfección pero mucho más intensa porque ahora además de ser perfecto sabe que existes, lo que lo convierte en un semi dios. En esta etapa la percepción del tiempo varía sobre la que tendría una persona en su sano juicio, es decir, cuando estás con él el tiempo pasa extremadamente rápido y cuando no estás con él el tiempo pasa extremadamente lento. En el trabajo pasa lo mismo, estás tan pendiente de hacer lo que te gusta que apenas reparas en que han pasado 6, 10, 18, 20 horas desde que entraste a trabajar. Pero el tiempo no te importa porque en definitiva has alcanzado tu reto, que te conozca, pasar tiempo con él, que sepa que existes y eso te provoca una sensación de felicidad extrema. La duración de esta etapa depende de cada persona y de cada circunstancia pero suele ser bastante larga. Una vez superada esta fase caemos en la fase de conocimiento. Esta fase se alcanza cuando ya lo conoces bien, has conseguido que sea un buen amigo, que confíe en ti, que te hable sin tener que inventarte algo increíble para que te escuche y estás descubriendo como es en verdad, su forma de ser propiamente dicha. Ya no es tan perfecto como antes porque tiene sus defectos pero oye, ¿quién no tiene defectos? ¿acaso existe el trabajo ideal? pero te gusta tanto que los defectos que vas encontrando se suplen con las ganas que tienes de seguir trabajando. Tiempo después te das cuenta de que el muchacho en cuestión es un cabrón, así con todas las letras, pero no sabes que tiene que cada día te gusta más, o eso dicen, que los tíos cabrones siempre tienen ese no se qué que nos vuelve locas, en esta fase piensas que ese dicho tiene toda la razón del mundo. En cuanto al trabajo te das cuenta de que le dedicas tanto tiempo que no te queda para dedicarle a otras cosas, cosas que antes si que hacías pero te gusta tanto tu trabajo que no te importa, ya las harás en otro momento. Tras esta fase llega la fase de regalo. Yo la llamo así porque en esta fase se acentúa la fase cabrón pero descubres que de vez en cuando salen las cosas bien, y ese pico de alegría es el que te ayuda a seguir adelante con la misma fuerza y energía que el primer día. Es cuando estás embobada mirándolo y de repente él te mira y te sonríe, o te da un abrazo sin venir a cuento, cosas fortuitas que hacen que todas las mariposas dormidas de tu estómago despierten a la vez provocando un tornado de magnitud cuatro y que hace que olvides todos los malos momentos que te hace pasar. Después de esto hay una fase de digamos, aceptación. Confirmas que él es un cabrón, que el trabajo es duro, pero oye, es lo que te gusta y lo aceptas, tal y como es y sabes que es semi perfecto, que ya no es un dios, que es un mortal como los demás pero que tiene ese algo especial que hace que cada esfuerzo valga la pena. Llegado a este punto se puede entrar en la fase de amistad, en la que él te trata como si fueras un colega más del grupo. Empieza a ganar confianza, tanta, que hasta te cuenta que chica le gusta, o con quien se ha liado el fin de semana anterior, y tú lo escuchas aunque empieces a hacer una lista de tías a las que matar, pero dejas tu lado asesino a un lado porque él sigue siendo lo importante. El trabajo es lo más importante, en lo que se centra tu vida, por lo que te levantas cada  mañana con una sonrisa y los días pasan. Llega un día que sin saber ni como ni cuando te das cuenta de que él ya no es un dios, no es perfecto, de echo tiene bastantes imperfecciones, que estás cansada de sus chistes malos, que por ciertos son siempre los mismos, que sus historias ya no te hacen sonreír, que tu lista de gente a la que matar es más larga que la lista de Schindler y que en definitiva está empezando a dejar de hacerte gracia. En el trabajo pasa lo mismo, llega un día que te levantas por la mañana y empiezas a remolonear en la cama para no ir tan temprano, si total, vas a estar el resto del día allí trabajando, que las cosas que haces se vuelven todas iguales, intentas encontrar la ilusión del primer día y se te antoja demasiado lejano. Es en ese momento en el que empieza la fase pregunta. En ella te preguntas como has llegado hasta ese punto, qué pasó para que los días se convirtieran en una monotonía, qué pasó con aquel chico perfecto que cuando sonreía se paraba el mundo. Y es en ese momento en el que caes de bruces en la realidad, ni el chico era perfecto, ni el trabajo era el de tus sueños, porque los chicos perfectos no existen y los sueños solo son eso, sueños.

A estas alturas, la esponja amarilla hace rato que se ha quedado dormida pero a la niña eso no parece importarle, a veces las cosas necesitan ser contadas aunque no haya nadie para escucharlas.

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viernes, 17 de febrero de 2012

proyecto XXIX

El invierno seguía su camino irremediablemente, el sol se acostaba antes y la tardes se hacían oscuras muy pronto. Era en ese momento cuando se escuchaba aquel ruido atronador que hubiera reventado los tímpanos a cualquier persona en su sano juicio. ¿A qué se debía tanto escándalo? El niño que quería escribir fruncía el ceño y suspiraba sabiendo que no podía hacer nada al respecto.

- Un día te vas a quedar sorda poniendo eso que tú llamas música a todo volumen - le dijo a la niña que quería soñar, que pasaba por allí en busca de chocolate.

- Para eso lo hago, así no me escucho

jueves, 26 de enero de 2012

proyecto XXVIII

Esta vez la niña que quería soñar y el niño que quería escribir se enfrentan a un laberinto. Ambos quieren solucionarlo pero a la vez ambos saben que si lo intentan juntos puede que no salgan del laberinto en años, por lo tanto, deciden separarse para hallar la solución al mismo. La esponja amarilla lo piensa un poco y opta por quedarse al margen, no quiere inclinar la balanza ni para uno ni para otro así que se compra un helado y se dispone a esperar. El niño y la niña entran juntos al laberinto pero pronto se separan tomando cada uno el camino que les parece más acertado.

La esponja amarilla mientras espera y se come el helado piensa en cómo podrán salir de allí, parece difícil, pero sabe de sobra que ambos pueden lograrlo. El helado se le está acabando y ninguno de los dos da señal alguna de haber salido. “Normal”, piensa, “es demasiado pronto”. Al poco de empezar su segundo helado ve aparecer al niño por la salida del laberinto. Casi no puede creerlo, ¿cómo es posible que ya haya salido? El niño la ve y se sienta a su lado con una sonrisa. Siete helados, dos paquetes de galletas, una bolsa de pipas, dos refrescos, una pizza, dos bolsas de gominolas y muchas horas después aparece la niña. La esponja amarilla que se estaba empezando a preocupar salta del banco para ver si la niña está bien y la invita a sentarse con ellos. La niña además de bien está muy contenta le brillan los ojos y su sonrisa es sincera.

- ¿Cómo has podido tardar tanto? – pregunta el niño con maldad – Ya creía que tenía que entrar a buscarte

- Que gracioso, ¿Llevas mucho tiempo aquí?

- Tanto que si fuera una planta podía haber echado raíces – se ríe el niño

- No me lo creo, a ver, ¿cómo conseguiste salir del laberinto?

- Muy fácil, entramos por un sendero y giramos a la derecha, luego tú giraste a la izquierda y yo me retrasé. Sabía que la salida estaba cerca de la entrada así que busqué algún punto débil en la estructura de la pared del laberinto y di con un pasadizo que me llevó al otro lado. Gracias a mi gran sentido de la orientación y por la disposición de las baldosas del suelo supe cual era la dirección a seguir. Al final de ese nuevo sendero estaba la salida, ¿impresionante verdad?

La esponja ahora comprendía porque el niño había tardado tan poco en salir del laberinto, la niña se quedó muy pensativa.

- Eso es trampa – dijo al fin.

- No, no es trampa, es aprovechar los recursos al máximo – le contestó el niño - ¿y tú por qué has tardado tanto?

- Pues veréis, una vez leí que para encontrar la salida a un laberinto hay que apoyar la mano en la pared de la derecha y continuar el recorrido hasta encontrar la salida sin despegar la mano de la pared. Nunca había probado si era verdad así que dije ¿por qué no? y así fue. Al entrar coloqué mi mano derecha en la pared y fui avanzando sin quitar la mano de allí. Al principio iba con mucha ilusión pero con el paso del tiempo empecé a pensar si en verdad aquello era una buena idea. Mientras me hallaba inmersa en mis sueños, descubrí que la pared que estaba tocando a veces tenía una textura y a veces otra. Eso me llamó la atención y en el siguiente cambio de textura me paré para verlo más detenidamente. Que sorpresa la mía, cuando, al mirar la pared vi que estaba compuesta por pequeñas formas geométricas. Lo mejor llegó cuando me di cuenta de que podía moverlas como quería, podía formar conjuntos de figuras geométricas que formaran otras figuras. Así que me puse manos a la obra y creé una flor, un pájaro, un avión y para terminar una sonrisa. Seguí avanzando por el laberinto siempre con mi mano derecha apoyada en la pared hasta el siguiente cambio de textura. Esta vez no eran figuras geométricas, eran números, la verdad es que los números nunca han sido mi fuerte pero me puse a observar que podía hacer con ellos. Al contrario de las figuras geométricas no los podía mover, pero sí presionar y cada vez que presionabas uno todos se convertían en ese número, volviendo a la normalidad un instante después. Seguí avanzando por el laberinto, girando a la derecha o a la izquierda según me guiaba la pared derecha. El siguiente cambio de textura era un dibujo, una barca. ¿La novedad? El roce de los dedos en la pared equivalía a usar un lápiz en ella, con lo cual la barca pronto navegaba por un mar tranquilo lleno de peces y de estrellas de mar. Cuando empezó a soplar el viento tuve que construirle un mástil con una gran vela. La barca se fue haciendo cada vez más grande, con timón, cañones, vigía y mascarón de proa incluido y ya era todo un señor barco pirata con bandera incluida, cuando el mar empezó a enfurecerse y a rugir, haciendo que el barco desapareciera engullido por las olas y saliera a flote resistiendo cada nueva embestida hasta que la tormenta pasó y el mar volvió a estar en calma. Después de mi curso de navegación acelerado, seguí avanzando por el laberinto. El siguiente cambio de textura tardó en llegar, tanto que creía que quizá no iba a encontrar ningún otro cambio en la pared. Pero me equivocaba, el cambio llegó y con él un nuevo misterio. Un montón de rayas que al principio no me sonaban a nada, pero mirándolo detenidamente descubrí que era un plano del laberinto y que en él estaba trazado el recorrido que yo misma había hecho. ¿La salida? a escasos metros, solo tenía que seguir la dirección que llevaba y saldría del laberinto.

El niño y la esponja amarilla se quedaron mirando a la niña sin saber si aquello era un sueño y la niña se había perdido en el laberinto y por eso había tardado tanto, si aquel laberinto la había vuelto loca o si en verdad aquello que relataba con tanto detalle era cierto. Quizá la niña solo intentaba hacerles comprender que a veces lo importante no es llegar, sino aprender y divertirse en el camino, aunque se tarde un poco más en conseguir el mismo objetivo.

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jueves, 22 de diciembre de 2011

proyecto XVII

Y la navidad vuelve a llegar irremediablemente otro año más, cuántas cosas han pasado, cuántos momentos se han vivido, disfrutado, reido, cuántas risas en el bolsillo, cuántos sueños cumplidos, cuántos esfuerzos, cuánto trabajo. Un año más que nos deja y otro año nuevo que se acerca, nuevos retos, nuevas risas, nuevos sueños. ¿Es la hora del balance o la hora de olvidar y seguir hacia delante? En general los cambios siempre son para mejor ¿verdad? Sí, sin duda 2011 ha sido un año de cambios, de superación y de buenos momentos. ¿No ha tenido nada malo? Por supuesto, pero en eso consisten estas cosas, todo lo negativo te ayuda a mejorar, a crecer y te enseña que no importa las veces que las cosas puedan salir mal, lo importante es que si lo sigues intentando al final todo acabará saliendo bien y que si no sale bien es porque ese no es el final. Este año si que llega al final, ¿qué nos depará 2012? Millones de grandes momentos, millones de risas, millones de sueños, que con esfuerzo siempre se acabarán cumpliendo, lo demás solo se descubre con el tiempo.

¡Hasta pronto! :)



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viernes, 25 de noviembre de 2011

proyecto XVI

Hoy la niña que quería soñar ha salido a la calle en busca de sueños. Va sola, metida en su abrigo y liada en su bufanda. Hoy hace frío. Va tan ofuscada en sus cosas que no se da cuenta de nada más, de la gente que la rodea, de los coches, de la ciudad. Anda por inercia, deprisa, tan deprisa como sus pensamientos, tan deprisa como la vida en la ciudad, como las hormigas en un día de trabajo, como los barcos cuando sopla el levante. De repente alza la mirada y se para. Tan inmersa estaba en sus pensamientos que al fijar la vista en la realidad se siente algo perdida. Está en una avenida grande y amplia muy transitada. Se fija en los árboles que la bordean, grandes, majestuosos, sus ojos de repente se llenan de color, toda la paleta de colores desde el amarillo hasta el marrón pasando por los dorados, anaranjados y rojizos. Siguió caminando para descubrir a sus pies un manto de hojas de colores que crujían al pisarlas. El sonido de las hojas secas, cuanto tiempo llevaba sin escucharlo, tanto que sin quererlo se le dibujó una sonrisa en la cara. Se imaginó corriendo y saltando entre montañas de hojas secas a cada paso que daba. La brisa movía las hojas de los árboles de la misma forma que movía su pelo, el aire frío acariciaba sus mejillas bañadas por el sol que le llegaba de frente. La sonrisa seguía ahí, amplia y sincera, ya no había prisas, ya solo había tranquilidad. Olvidó por completo porque había ido hasta allí, quizá sus pies la llevaron solos, quizá fue la inercia, la necesidad de un cambio, quizá necesitaba darle al pause en su vida, rebobinar un poco para coger fuerzas y seguir hacia delante sin volver a mirar hacia atrás.

Cuando llegó a casa se quitó el abrigo y lo dejó en el perchero, la sonrisa seguía bien visible. Se cruzó con la esponja amarilla que la miraba con unos ojos saltones llenos de vida.

- ¿Sabes? - le dijo la niña nada más verla - Hoy he recordado que el Otoño es mi estación del año favorita.

A veces no nos paramos a mirar las cosas más simples de la vida aunque las tengamos delante, en el fondo, son esas cosas las que nos hacen sentir que seguimos vivos.

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martes, 8 de noviembre de 2011

proyecto XV

Hoy el día amaneció nublado, de esos días en los que no se sabe si va a caer la tormenta del siglo o si por el contrario el viento se llevará las nubes y dejará paso al sol, un típico día de otoño. La niña que quería soñar estaba sentada en la mesa donde en otras ocasiones desplegaba su puzle, aunque esta vez tenía delante una libreta de cuadros azul. ¿Qué se trae entre manos esta vez? El niño pasa por allí con algo en las manos y lo deja sobre la mesa. Tarta de chocolate. A la esponja amarilla se le salen los ojos y se relame de gusto pensando en hincarle el diente a la tarta. Cuando se dispone a hacerlo ve a la niña y se pregunta cómo puede ser que no esté lanzándose a por la tarta ella también. Se detiene en seco y se gira para intentar ver lo que mantiene tan ocupada a la niña. La niña apenas levanta la vista de su libreta, escribe y escribe sin parar, tiene cara de concentrada, aunque a veces divague con la mirada en busca de palabras. A la esponja amarilla no le da tiempo a moverse en dirección a la tarta cuando la niña se levanta de la silla y se va. Esto desconcierta aún más a la pobre esponja pero deja al descubierto una bonita libreta de cuadros azul en la que la niña ha estado escribiendo. Una pregunta pasa a gran velocidad por su mente, ¿debe leer lo que la niña a escrito en ella? la respuesta llega aún más rápido que la pregunta, si la niña no hubiese querido que lo leyera no habría dejado la libreta encima de la mesa, así que con las mismas se sienta en el sitio donde estaba la niña y comienza a leer.

"DÍA 1.- Una tarde de verano en un barco pirata. Yo un simple polizón escondido en una barrica de manzanas. Menos mal que no es de ron, sino hubiera tenido que beberme todo el ron para poder respirar y a estas alturas seguramente ya me habrían descubierto. Observo en silencio todo lo que pasa a mi alrededor. En las últimas ocho horas el barco anda revolucionado, creo que hemos llegado a una playa y vamos a buscar provisiones o por lo menos ya me gustaría, mi dieta de manzanas me tiene el estómago algo tocado. La tripulación va de un lado para otro, sin parar, sin descanso. Anoche se reunieron todos al rededor de una barrica de ron y no dejaron de reír y brindar. Algo grande se acerca. Como me gustaría poder participar, pero desgraciadamente si salgo de mi escondite quizá me tiren al agua o me dejen a mi suerte en esta playa. Aunque si no salgo pronto de aquí además del estómago voy a perder la poca cordura que me queda.

DÍA 2.- El revuelo sigue en el barco. Hoy casi estuve tentado de salir a la aventura pero me detuvo el miedo por ser descubierto, el no saber qué harían conmigo si alguien supiera que estoy aquí escondido. La cubierta del barco parece un hormiguero, todos trabajan sin cesar caminando de un lado para el otro, a veces en silencio, a veces a voces, a veces una simple mirada basta para saber lo que hay que hacer. Yo les observo desde mi escondite. Algo grande se acerca aunque todavía no he descubierto que es.

DÍA 3.- Ya casi no quedan manzanas en mi escondite. Voy a tener que salir antes de lo previsto si no quiero morir de hambre. Todavía no se ha producido el desembarco, de hecho, estoy perdiendo esperanzas de que se llegue a producir algún día, aunque la actividad no cesa.

DÍA 5.- Apenas quedan manzanas en mi barrica. Apenas tengo fuerzas para escribir mi historia. Apenas me queda cordura para relacionar los acontecimientos. Han estado a punto de descubrirme. El miedo se apoderó de mí de la forma más irracional que existe. El miedo se volvió pánico ante lo desconocido. El miedo a perder la vida se unió al miedo de padecer la más dolorosa de las muertes. En una fracción de segundo pasaron por mi mente demasiadas formas de morir cada una de ellas peor que la anterior, quizá sea porque haya visto demasiadas películas de piratas o quizá sea porque mi alimentación a base de manzanas me haya perjudicado demasiado. Esto a trastornado mi ciclo del sueño, ha crispado mis nervios, me mantengo siempre alerta, siempre a la espera de lo peor, de lo desconocido.

DÍA 7.- Hoy he consumido mi último recurso, la última manzana ha desaparecido entre mis dientes y por el sonido de mi estómago la ha digerido antes de que lo llenara. Espero poder aguantar un poco más de tiempo antes de morir. Tengo claro que ese va a ser mi fin ya sea por hambre ya sea a manos de los piratas. Llegado el momento espero tomar la decisión adecuada. 

DÍA 10.- Las fuerzas me están abandonando poco a poco. Continúo en un estado de alerta continuo, me estoy consumiendo. Pierdo el conocimiento a ratos. Pequeños momentos de lucidez entre este mar de agonía. Me acuerdo de ti, de lo mucho que me hubiera gustado poder despedirme de ti, de lo que te hubiera dicho, las cosas pasaron demasiado rápido, cuando me quise dar cuenta estaba en una barrica de manzanas rumbo a lo desconocido. Tú nunca hubieras aprobado mi partida, eras más calculador que yo, pero calcular no implica riesgo ni aventuras que era lo que a mí me gustaba. Ahora te echo de menos, no sabes cuánto, ojalá me hubiera despedido de ti, por lo menos ahora mi conciencia estaría tranquila. 

DÍA 12.- Cierro los ojos y parece que estás aquí, a mi lado, jugando a vivir, apostándonos las sonrisas. Tú me guiabas por el camino de la cordura y yo por el de la locura. Nos complementábamos bien ¿Por qué tuviste que enfadarte? ¿Por qué aquel día? por tu culpa estoy aquí en una barrica, por tu culpa, todo esto es por tu culpa. ¿Qué estoy diciendo? Tú no tienes la culpa de mi mal carácter, lo siento, allá donde estés perdóname, quizá solo quise hacerme el valiente, demostrarte que podía seguir sin ti y mírame, estaba totalmente equivocado, ya no tiene sentido pero una vez más has ganado.

DÍA 14.- Los piratas... mi barrica... agua... amanecer... sonrisa... ¡Arriba las manos!... en el monte hay perdices... ¿Dónde estás amigo?... amigo... perdóname..."



La esponja no sabe qué cara poner después de leer la historia de la niña, últimamente tiene unos sueños de lo más raro. La tarta de chocolate sigue en la mesa, a veces, hay cosas que ni el chocolate puede arreglar.

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miércoles, 14 de septiembre de 2011

proyecto XIV

Casi estamos en otoño y las cosas van volviendo poco a poco a la rutina diaria de siempre, la niña sigue empeñada en soñar, el niño sigue queriendo escribir y la esponja amarilla también sigue por aquí. ¿Qué será de nuestros amigos? ¿Qué nuevas aventuras les tocará vivir? No adelantemos los acontecimientos, poco a poco ellos mismos nos lo irán contando.

Como ya hemos dicho antes con la llegada del otoño vuelven las obligaciones, con ellas vuelven los sueños pero también el cansancio. La esponja amarilla intenta contarle algo a la niña pero esta parece no prestarle mucha atención. Está cansada, tan cansada que tiene que hacer verdaderos esfuerzos para mantenerse despierta. La razón a su cansancio es que lleva varios días sin poder dormir bien, la niña que quería soñar ya no sueña. ¿Dónde habrán ido los sueños de la niña? ¿Seguirán todavía de vacaciones? La niña está dispuesta a que sus sueños vuelvan a acompañarla en sus descansos por lo que empieza a maquinar una posible solución.

La esponja amarilla se calla durante un rato pero la cara de la niña no cambia. Cuando se percata del silencio del ambiente vuelve a la realidad y descubre a la esponja amarilla mirándola fijamente. La niña le sonríe con cara de niña buena.

- Tengo una gran idea para que mis sueños vuelvan.

La niña se levanta y va a buscar al niño que quería escribir que, como siempre, está ocupado en sus cosas.

- ¿Me cuentas un cuento?
- ¿Perdona? - Le pregunta el niño con cara de confundido
- Que si me cuentas un cuento - insiste la niña
- ¿Ahora?
- ¿Me cuentas un cuento o no?

El niño la mira con curiosidad, no sabe que mosca le ha picado pero mejor contarle un cuento antes de que se ponga pesada.

- ¿Qué clase de cuento quieres que te cuente?
- El que quieras.
- ¿Aunque sea de un enano que vivía en una caja?
- Aunque sea de un enano que vivía en una caja - confirma la niña con una sonrisa.

Se pone cómoda, se abraza a un cojín y se prepara para escuchar el cuento.

- Bueno, dejemos el cuento del enano que vivía en una caja para otra ocasión. Ahora me apetece contar la historia del Golem de Praga.
- ¿Golem? ¿Qué es un Golem? - pregunta ansiosa la niña.
- Espera a que te cuente la historia y lo sabrás - con estas palabras el niño daba por comenzado el cuento - 
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá Loew, que era rabino en Praga.
¿Quíén era Judá Loew el rabino de Praga? Pues este hombre, cuenta la leyenda, que habitaba en Praga en el siglo XVI. Él creó un Golem de arcilla para proteger al pueblo judío así como el mantenimiento de la sinagoga.

- ¿Pero que era el Golem? ¿Qué forma tenía? ¿Cómo se llamaba? ¿Era bueno? - interrumpió la niña.
- El Golem fue creado en la orilla del río Moldava en Praga, Judá Loew el rabino, lo moldeó con sus propias manos con la arcilla de la orilla, al igual que cuentan otras leyendas, que así Dios le dio forma a Adán. Pero modelarlo con arcilla no era suficiente para que el Golen tomara vida y se convirtiera en un Golem como tal. Para ello hacía falta que realizara una serie de rituales y que pronunciara los conjuros mágicos en hebreo. Tras esto nació el Golem.
- ¿Entonces era un muñeco de barro? ¿Como si fuera un castillo de arena que hacen los niños en la playa? ¿Y si le daba el agua se deshacía?
- Para que el Golem tuviera movimiento además de apariencia humana, hacía falta que llevara el nombre de Dios escrito en una tablilla de barro debajo de la lengua o bien la palabra "Emet" que en hebreo significa "verdad".
- ¿Pero no era incómodo llevar una tablilla de barro debajo de la lengua? ¿Al pobre no le molestaba al comer?
- Menos mal que el Golem no podía  hablar porque si hubiera sido tan cansino como tú no habría durado ni cinco minutos con vida, y no, el Golem no tenía la necesidad de alimentarse y también carecía de alma. El Golem creado por el rabino Loew era muy obediente y ayudaba al puedo judío y a toda persona que se lo mandase. El pobre no era muy inteligente y con el paso del tiempo además se volvió malo.
- ¿Malo? ¿Y entonces qué pasó?
- Al volverse malo, el rabino no tuvo más remedio que matarlo, borrando la letra "E" de la tablilla de barro que llevaba debajo de la lengua, quedando escrito por tanto la palabra "Met" que significa "muerte" en hebreo. Así fue como el Golem murió. Cuenta la leyenda, que encerraron los restos del Golem en un ataúd en el ático de una sinagoga en Praga y que podría ser devuelto a la vida si es necesario.
- ¿Resucitarlo? ¿Al Golem? ¡Qué bien! ¿Por qué no vamos a Praga al sitio ese raro y lo resucitamos? Tendríamos un Golem para nosotros solos, ¿qué te parece esponja?

Y poco a poco miles de preguntas y de ocurrencias se fueron acumulando en la cabeza de la niña que quería soñar y así, poco a poco, como ocurren las cosas, los sueños que habían tardado en volver, volvieron a aparecer.





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viernes, 5 de agosto de 2011

proyecto XXIII

Calor, verano, vacaciones, viajes, aventuras, trabajo.


Los sueños no se acaban, se acumulan.
Feliz verano

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jueves, 30 de junio de 2011

proyecto XXII

"Sólo quiero que la ola que surge del último suspiro de un segundo,
me transporte mecido hasta el siguiente"


Música, canciones, espacios, oscuridad, dado, dolor, loro, ropa, paseo, osito, todo, dominó, noticia, cianuro, roncar, cara, rama, manantial, alcohol, olvido, dormir, mirada...

La niña que queria soñar apuntaba palabras sueltas en una hoja de papel. El niño que quería escribir, curioso, se asoma a ver que está escribiendo la niña. Tras un rato intentando relacionar las palabras le pregunta.

- ¿En que consisten tus sueños hoy?
- Estoy jugando
- ¿A qué juegas?
- Escribo una palabra y a continuación otra que empiece con la última sílaba de la anterior. ¿Juegas?
- Yo no juego así, yo juego a escribir una palabra y a continuación otra que empiece con la última letra de la anterior.

La niña se lo piensa, no parece tan dificil, pero a ella le gusta más jugar con las sílabas, así hay menos posibilidades de encontrar fácilmente una palabra.

- A mi me gusta más con la sílaba - dice la niña finalmente.
- Yo juego con la letra, ¿juegas?

Ella no quiere cambiar sus reglas, pero la verdad es que le apetece mucho jugar, así que acaba cediendo.

- Vale, pero yo pondré la primera palabra. Música.
- Amarillo
- Océano
- Oreja
- Jardín
- ¿Jardín? eso no empieza por A
- Perdona, pero todavía me estoy acostumbrando a las nuevas reglas.

A veces lo difícil no es jugar, sino entender como quieren los demás que sea el juego. Con tiempo y un poco de práctica ¿quién no lo consigue?

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jueves, 23 de junio de 2011

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Me cansé de esperar, ¿cuál será mi castigo por incumplir las normas? no tengo miedo, quizá aquí en el fondo, pero muy en el fondo y solo quizá.

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jueves, 9 de junio de 2011

Proyecto XXI

A la niña que quería soñar hoy le brillan los ojos. La esponja la mira en silencio. Cuando la niña está en ese estado nunca sabe lo que está pasando por su mente. ¿Qué soñará esta vez? La esponja amarilla juega a adivinar sus sueños. Sus ojos brillan de alegría, una gran noticia, un gran acontecimiento, el corazón latiendo desbocado, la sangre fluyendo por sus venas a gran velocidad, nervios, esa sensación de felicidad que solo puede expresarse en un abrazo, en un suspiro, en una sonrisa. Tal vez sus ojos brillen de ilusión, como los niños con las cosas nuevas, con las chucherías, con los helados, como los mayores cuando se reencuentran después de mucho tiempo y empiezan a recordar historias de la infancia, de la juventud, recuerdos llenos de risas y de juegos, de amistades, de buenos momentos. Puede ser también que sus ojos brillen de sorpresa frente a un regalo, de esos que hacen mucha ilusión porque son de una persona especial, de un amigo o de un desconocido, cosas envueltas en papel de regalo de colores, sorpresa ante lo desconocido, ante lo nuevo, ante lo que podrá ser y lo que se quiere que sea. ¿Será por tensión? como cuando ves una película en la escena clave donde el bueno está a punto de matar al malo y rescatar a la chica, o cuando están a punto de encontrar la clave que resolverá el misterio, o simplemente cuando aparecen los créditos y sabes que la película se ha acabado y te quedas con ganas de más, con ganas de hilar las cosas, con ganas de dar continuidad a los personajes y a las historias. Quizá brillen por nostalgia como cuando acabas un libro y te da pena deshacerte de los personajes y por eso siguen revoloteando en tu cabeza durante un tiempo, tiempo en el que creas finales alternativos donde los personajes viven cosas que solo ocurren en tu imaginación, o reviven cosas que ya vivieron en el libro pero quizá contadas desde otro punto de vista, con tu final, con un sabor de boca diferente, con una historia creada solo en tu imaginación. La esponja amarilla vuelve a mirar esos ojos brillantes, intenta atravesar la barrera que conduce hasta los pensamientos de la niña. Nuevamente empieza el juego. Nuevos supuestos, un concierto, la ilusión de escuchar a tu grupo favorito en directo, la gente, la música, esa canción que te pone los pelos de punta, las notas que te atraviesan y te hacen volar hacia sitios insospechados, el ambiente, las luces, la tensión, destrozarte la garganta cantando junto a ellos sin importar el mañana, solo cada segundo del presente. ¿Serán los nervios? como esos nervios que se presentan antes de los exámenes, que no te dejan dormir, comer o pensar, esos nervios que llegan de repente y te invaden, que no dejan espacio en tu estómago, que aparecen de la nada e igualmente se van cuando menos te lo esperas, esos que te crean un nudo en la garganta para que no seas capaz de articular palabra.

En mitad del juego la niña se levanta. La esponja amarilla la sigue con la mirada. La niña se mueve hacia su habitación y se abraza a su almohada. Una tímida lágrima se escapa de sus ojos brillantes. Con un leve gesto con la mano, la lágrima desaparece y los ojos de la niña se cierran. La esponja amarilla no puede dejar de pensar e imaginar que es lo que está pasando por los sueños de la niña. Las ideas fluyen en todos los sentidos buscando algo que encaje con lo que cree haber visto. Solo se le ocurre una posible explicación pero es demasiado tentador caer en tópicos, las lágrimas no tienen porqué ser de tristeza. ¿Qué podría poner triste a la niña? La esponja empieza a hacer una lista de cosas tristes. Una herida, una decepción, algo que perder, esa canción que hace que se te erice la piel, miles de tópicos en los que poder caer, pero la vida no siempre es perder, al igual que el amor no tiene porqué doler. La esponja amarilla decide terminar su juego, sin quererlo, a ella los ojos también le brillan.

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miércoles, 25 de mayo de 2011

proyecto XX

- ¿Problemas con el puzle? - pregunta el niño que quería escribir a la niña que quería soñar
- No sé.
- ¿Y eso?
- No sé.
- ¿Necesitas ayuda?
- No. A mi me van los retos.

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viernes, 13 de mayo de 2011

proyecto XIX

Hoy el tiempo está un poco indeciso, lluvia, calor, viento, sol, una típica tarde de primavera. La esponja amarilla lee en un rincón, el niño que quería escribir prepara sus prácticas y la niña que quería soñar aprovecha para seguir con su puzle. Cuando empezó a juntar las piezas probó la asociación de ideas, al principio funcionó pero como siempre las cosas dejan de funcionar cuando menos lo esperas, así que esta vez quiere intentar algo nuevo. Se centra en las ocho piezas que tiene delante, perfectamente encajadas, que intentan formar un todo. Mira por la ventana. Sol. Coge una pieza. La observa. La gira. Suspira. Deja la pieza apartada en la mesa y se levanta. Vuelve a sentarse. Coge la pieza apartada. Vuelve a mirarla. La niña sigue allí pero su mente vuela de sueño en sueño, de flor en flor, de nube en nube, de piruleta en piruleta, de montaña en montaña, de árbol en árbol, de vida en vida. "Como siga así no voy a colocar ni una sola pieza" piensa de repente. "¿Para qué quiero las piezas si no puedo hacer un puzle?" se pregunta. De repente se le iluminan los ojos y sonríe. Mira la pieza que tiene en su mano y dice: "Cuatro piezas unidas colgando de un hilo, cuatro lados opuestos, dos palos y al techo anclado" pieza encajada. Coge otra y dice: "Una pieza, lo de arriba la cabeza, pared y un lápiz, con el lápiz dos brazos y dos piernas" Diez piezas ya. "Ocho piezas apiladas, una a una la torre formaban" y otra pieza más encaja. La niña sonríe. A veces, tener imaginación es lo único que nos hace sonreír.

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martes, 26 de abril de 2011

proyecto XVIII

Las 17.35, silencio, demasiado silencio, piensa la esponja amarilla, ¿dónde está todo el mundo? se acerca con cautela a la niña. Se la encuentra tumbada en el sofá con el pie izquierdo en alto. ¿Qué estará soñando esta vez? La esponja la mira y la niña no duerme, tiene los ojos abiertos y le regala una sonrisa. La esponja entonces examina la situación. Si la niña no duerme, no sueña, pero está en silencio. Algo no encaja. La esponja entonces recuerda el detalle del pie izquierdo. Se asoma por el otro lado del sofá. Efectivamente ahí sigue el pie levantado. La niña que quería soñar mira a la esponja a la vez que mueve los dedillos del pie. La esponja sonríe y presta atención al pie, ahí está, la razón por la que la niña tiene el pie en alto, la razón por la que la niña está en silencio y tumbada en el sofá sin dormir. Ahí justo delante de sus ojos y debajo de los dedos, antes de llegar al arco del pie, una perfecta, redonda, semitransparente y dolorosa ampolla. La esponja da un paso atrás y frunce la nariz en señal de dolor. La niña suspira, si, le duele, pero sigue callada. ¿Qué otra cosa puede hacer? Después de 45 minutos de paseo a marcha rápida lo raro es que no le hayan salido más. La esponja duda antes de preguntar dónde está el niño, pero rápidamente la niña se lleva un dedo a la boca en señal de silencio. Si el niño se entera puede estar horas riéndose de la niña. La esponja reprime una carcajada. Bueno, más bien lo intenta pero no lo consigue mucho, más bien nada. La risa de la esponja contagia a la niña que también empieza a reírse. Tanto escándalo en una tarde tan tranquila evidentemente llama la atención del niño que quería escribir. Cuando llega se encuentra con la niña tumbada en el sofá con el pie izquierdo en alto, la esponja amarilla al lado del sofá prácticamente tumbada en el suelo y ambas con un ataque de risa incontrolable. Vaya par de dos. Alza una ceja y entre abre la boca con la intención de preguntar qué es lo que pasa pero en su mente se cuela un ¿para qué, si ni siquiera van a escuchar la pregunta? La niña lo ve y le guiña un ojo invitándole a unirse a la sesión de risoterapia. El niño la mira con cara de no entender nada, asume la locura transitoria de la niña y la esponja amarilla y empieza a girarse para marcharse.

- ¿Sabes lo que me apetece ahora mismo mucho, mucho, mucho? - escucha decir a la niña entre risa y risa.

-  No me lo digas, ¿chocolate? ¿Y cómo te apetece hoy?

- Mmmm - La niña se lo piensa un poco, no mucho, solo el tiempo suficiente para que le brillen los ojos - Hoy me apetece en tarta

Ambos se miran durante un instante hasta que la niña no puede controlar más la risa. Risas con chocolate, risas con amigos, chocolate con amigos, cualquier combinación es buena si consigue hacerte sonreír.

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viernes, 1 de abril de 2011

proyecto XVII

Luna, estrellas, peces, mares, bicis, senderos, montañas, nieve, suerte, tiempo, dinero, amor, vida, sueños, amanecer, risa, rojo, viento, marea, zumo, mañana, coche, silencio, luces, besos, rizos, olvido, noche, mentiras, verde, frío, leopardo, almohada, dolor, lazo, ficha, llanto, arena, música, queso, lengua, bufón,...

Así empezaba el folio que la niña tenía delante. Escribía una palabra y perdía su mirada en el infinito hasta que escribía otra palabra diferente. ¿Qué significaba aquello? ¿Qué estaría soñando? A veces se detenía más tiempo de lo normal, volvía a leer la lista desde el principio, volvía a perderse en sus sueños y al rato escribía una nueva palabra. Algunas las escribía muy rápido, otras muy lento, unas con una sonrisa, otras sin ningún gesto, unas en plural, otras casi sin mirar. Pareció que perdía la capacidad de respirar al escribir ciertas palabras, pero después de una pausa suspiraba y seguía. No había expresión en sus ojos cuando lo leyó todo por última vez. Había rellenado una cara de un folio. Palabras sin sentido, palabras unidas y separadas por una coma. Al fin y al cabo solo eso, palabras.

La vida se forma de palabras, palabras para rellenar momentos, palabras para formar cuentos, palabras para hablar, para escribir, para sentir, para olvidar, para reír, palabras para describir, palabras para tapar silencios, para rellenar vacíos, para remendar daños, palabras para susurrar, para gritar, para cantar, palabras para romper, para empezar, para continuar, palabras para saludar, palabras para pensar, palabras para desayunar, palabras para comer, para merendar y para cenar, palabras para dormir, palabras para soñar. La vida es simplemente eso, palabras.

Se giró hacia la ventana. Quizás sus palabras algún día aprendan a volar, a las demás, se las llevará el viento. Ese viento que se lleva los sueños, que se lleva los miedos, que le revuelve el pelo, que mueve las hojas en invierno. Palabras, en el fondo todo esto son solo palabras.

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