jueves, 26 de enero de 2012

proyecto XXVIII

Esta vez la niña que quería soñar y el niño que quería escribir se enfrentan a un laberinto. Ambos quieren solucionarlo pero a la vez ambos saben que si lo intentan juntos puede que no salgan del laberinto en años, por lo tanto, deciden separarse para hallar la solución al mismo. La esponja amarilla lo piensa un poco y opta por quedarse al margen, no quiere inclinar la balanza ni para uno ni para otro así que se compra un helado y se dispone a esperar. El niño y la niña entran juntos al laberinto pero pronto se separan tomando cada uno el camino que les parece más acertado.

La esponja amarilla mientras espera y se come el helado piensa en cómo podrán salir de allí, parece difícil, pero sabe de sobra que ambos pueden lograrlo. El helado se le está acabando y ninguno de los dos da señal alguna de haber salido. “Normal”, piensa, “es demasiado pronto”. Al poco de empezar su segundo helado ve aparecer al niño por la salida del laberinto. Casi no puede creerlo, ¿cómo es posible que ya haya salido? El niño la ve y se sienta a su lado con una sonrisa. Siete helados, dos paquetes de galletas, una bolsa de pipas, dos refrescos, una pizza, dos bolsas de gominolas y muchas horas después aparece la niña. La esponja amarilla que se estaba empezando a preocupar salta del banco para ver si la niña está bien y la invita a sentarse con ellos. La niña además de bien está muy contenta le brillan los ojos y su sonrisa es sincera.

- ¿Cómo has podido tardar tanto? – pregunta el niño con maldad – Ya creía que tenía que entrar a buscarte

- Que gracioso, ¿Llevas mucho tiempo aquí?

- Tanto que si fuera una planta podía haber echado raíces – se ríe el niño

- No me lo creo, a ver, ¿cómo conseguiste salir del laberinto?

- Muy fácil, entramos por un sendero y giramos a la derecha, luego tú giraste a la izquierda y yo me retrasé. Sabía que la salida estaba cerca de la entrada así que busqué algún punto débil en la estructura de la pared del laberinto y di con un pasadizo que me llevó al otro lado. Gracias a mi gran sentido de la orientación y por la disposición de las baldosas del suelo supe cual era la dirección a seguir. Al final de ese nuevo sendero estaba la salida, ¿impresionante verdad?

La esponja ahora comprendía porque el niño había tardado tan poco en salir del laberinto, la niña se quedó muy pensativa.

- Eso es trampa – dijo al fin.

- No, no es trampa, es aprovechar los recursos al máximo – le contestó el niño - ¿y tú por qué has tardado tanto?

- Pues veréis, una vez leí que para encontrar la salida a un laberinto hay que apoyar la mano en la pared de la derecha y continuar el recorrido hasta encontrar la salida sin despegar la mano de la pared. Nunca había probado si era verdad así que dije ¿por qué no? y así fue. Al entrar coloqué mi mano derecha en la pared y fui avanzando sin quitar la mano de allí. Al principio iba con mucha ilusión pero con el paso del tiempo empecé a pensar si en verdad aquello era una buena idea. Mientras me hallaba inmersa en mis sueños, descubrí que la pared que estaba tocando a veces tenía una textura y a veces otra. Eso me llamó la atención y en el siguiente cambio de textura me paré para verlo más detenidamente. Que sorpresa la mía, cuando, al mirar la pared vi que estaba compuesta por pequeñas formas geométricas. Lo mejor llegó cuando me di cuenta de que podía moverlas como quería, podía formar conjuntos de figuras geométricas que formaran otras figuras. Así que me puse manos a la obra y creé una flor, un pájaro, un avión y para terminar una sonrisa. Seguí avanzando por el laberinto siempre con mi mano derecha apoyada en la pared hasta el siguiente cambio de textura. Esta vez no eran figuras geométricas, eran números, la verdad es que los números nunca han sido mi fuerte pero me puse a observar que podía hacer con ellos. Al contrario de las figuras geométricas no los podía mover, pero sí presionar y cada vez que presionabas uno todos se convertían en ese número, volviendo a la normalidad un instante después. Seguí avanzando por el laberinto, girando a la derecha o a la izquierda según me guiaba la pared derecha. El siguiente cambio de textura era un dibujo, una barca. ¿La novedad? El roce de los dedos en la pared equivalía a usar un lápiz en ella, con lo cual la barca pronto navegaba por un mar tranquilo lleno de peces y de estrellas de mar. Cuando empezó a soplar el viento tuve que construirle un mástil con una gran vela. La barca se fue haciendo cada vez más grande, con timón, cañones, vigía y mascarón de proa incluido y ya era todo un señor barco pirata con bandera incluida, cuando el mar empezó a enfurecerse y a rugir, haciendo que el barco desapareciera engullido por las olas y saliera a flote resistiendo cada nueva embestida hasta que la tormenta pasó y el mar volvió a estar en calma. Después de mi curso de navegación acelerado, seguí avanzando por el laberinto. El siguiente cambio de textura tardó en llegar, tanto que creía que quizá no iba a encontrar ningún otro cambio en la pared. Pero me equivocaba, el cambio llegó y con él un nuevo misterio. Un montón de rayas que al principio no me sonaban a nada, pero mirándolo detenidamente descubrí que era un plano del laberinto y que en él estaba trazado el recorrido que yo misma había hecho. ¿La salida? a escasos metros, solo tenía que seguir la dirección que llevaba y saldría del laberinto.

El niño y la esponja amarilla se quedaron mirando a la niña sin saber si aquello era un sueño y la niña se había perdido en el laberinto y por eso había tardado tanto, si aquel laberinto la había vuelto loca o si en verdad aquello que relataba con tanto detalle era cierto. Quizá la niña solo intentaba hacerles comprender que a veces lo importante no es llegar, sino aprender y divertirse en el camino, aunque se tarde un poco más en conseguir el mismo objetivo.

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