lunes, 4 de marzo de 2013

La sombra

Y el baúl se quedo vacío... y a simple vista nada llevaba a pensar lo contrario. Las gruesas paredes de madera que lo conformaban estaban forradas de un terciopelo negro como la boca de un lobo, que absorbía el mínimo resquicio de luminosidad y se asemejaba a lo que era mi infantil concepción de un agujero negro. Su tacto era frío y resbaladizo, toda la mañana me había familiarizado con él, al palpar el continente del cofre en toda su extensión. El pulpejo de mis dedos presionaba cada milímetro buscando algo que ella hubiese dejado. Nada, solo el vacío, eso pensaba. Ese agujero negro que era el baúl, antes había contenido mi centro del universo en torno al cual gravitaba, y de golpe, la nada. No tenía órbita, flotaba en la alcoba con el pánico como compañero de viaje, mientras el amor se desangraba y por las dentelladas crueles del odio, ya notaba la sangre amarga en mi boca.

Pensé en prenderle fuego, habría sido lo mejor, cremarlo todo como si de una pira vikinga se tratase, pero el perfume que aún manaba del baúl lo impidió: eso me dejó, el perfume. Su perfume, con el que tantas veces vistió mi cuerpo desnudo a través de su cuerpo. El perfume, que mezclamos con sudor de nuestros torsos. El perfume, que lamí de su vientre, de sus pechos, de su pubis. Me acosté en el erial que era nuestro lecho con el baúl abierto a los pies de la cama, como desafiante esfinge que me vigilaba. Traté de que el sueño viniese a mí, pero se burlaba saltando de la lámpara a la ventana. Me miraba burlonamente y me preguntaba por nuestro pasado. Yo me desesperaba y lloraba ante lo cruel del espectáculo. De pronto vi como bajaba de la lámpara del techo y se metía en el baúl. De allí emergió sonriente de la mano de una alta figura de mujer, negra como la noche y desnuda como la luna. Los dos se metieron en la cama, y mientras la familiar sombra femenina me rodeaba con sus brazos y se acurrucaba sobre mi pecho, el sueño ponía su mano en mi frente y me tapaba los ojos. Todo estaba oscuro, estaba en el agujero negro que se comió mi universo. La sombra de mi amada clavó primero las uñas en mi pecho, para continuar abriéndose paso entre la carne con sus dedos desnudos, rasgando mis músculos y haciendo brotar sangre de mi pecho. Llegó por fin con sus frías garras hasta mi corazón y mientras me desangraba, el perfume se mezclaba con el metálico olor de la sangre. Cuando el dolor era insoportable, me susurro al oído: Tus latidos, ahora más que nunca, serán míos…

Quizá el efecto del bote de pastillas se estuviese pasando, pero el dolor que sentía en las muñecas por los cortes me había vuelto a la realidad. La cabeza la tenía hundida hasta las orejas en el agua roja por la sangre. El vaho del cuarto de baño me dejaba ver solo sombras, su sombra. Allí estaba, mirándome impasible, como siempre. Grité con todas mis fuerzas: Espero que por fin te dignes a responderme” “ves lo que has hecho” “ves lo que has desencadenado” “sufre, como sufro yo, y que la culpa te marque para siempre Al gritar, la sangrienta agua entra en mi boca. La sombra se desvanece, por fin. De repente comienzo a sollozar y gemir, "Ahora, oh Dios, lo comprendo, las sombras no pueden responder y no tienen sentimiento de culpa, ¿qué he hecho?. Me hundo en la bañera y me mezclo con el rojo, mientras cae el telón de mis pesados párpados y me falta el aire. Se marchó y me dejo su sombra. El baúl no estaba tan vacío como pensaba.




1 comentario:

J.L. Galán dijo...

Muy duro. Aunque la última frase es muy buena porque muestra el arrepentimiento o más bien la lucidez en el momento en el que ya lo hecho es inevitable.

Un saludo cuentacuentos.