jueves, 9 de junio de 2011

Proyecto XXI

A la niña que quería soñar hoy le brillan los ojos. La esponja la mira en silencio. Cuando la niña está en ese estado nunca sabe lo que está pasando por su mente. ¿Qué soñará esta vez? La esponja amarilla juega a adivinar sus sueños. Sus ojos brillan de alegría, una gran noticia, un gran acontecimiento, el corazón latiendo desbocado, la sangre fluyendo por sus venas a gran velocidad, nervios, esa sensación de felicidad que solo puede expresarse en un abrazo, en un suspiro, en una sonrisa. Tal vez sus ojos brillen de ilusión, como los niños con las cosas nuevas, con las chucherías, con los helados, como los mayores cuando se reencuentran después de mucho tiempo y empiezan a recordar historias de la infancia, de la juventud, recuerdos llenos de risas y de juegos, de amistades, de buenos momentos. Puede ser también que sus ojos brillen de sorpresa frente a un regalo, de esos que hacen mucha ilusión porque son de una persona especial, de un amigo o de un desconocido, cosas envueltas en papel de regalo de colores, sorpresa ante lo desconocido, ante lo nuevo, ante lo que podrá ser y lo que se quiere que sea. ¿Será por tensión? como cuando ves una película en la escena clave donde el bueno está a punto de matar al malo y rescatar a la chica, o cuando están a punto de encontrar la clave que resolverá el misterio, o simplemente cuando aparecen los créditos y sabes que la película se ha acabado y te quedas con ganas de más, con ganas de hilar las cosas, con ganas de dar continuidad a los personajes y a las historias. Quizá brillen por nostalgia como cuando acabas un libro y te da pena deshacerte de los personajes y por eso siguen revoloteando en tu cabeza durante un tiempo, tiempo en el que creas finales alternativos donde los personajes viven cosas que solo ocurren en tu imaginación, o reviven cosas que ya vivieron en el libro pero quizá contadas desde otro punto de vista, con tu final, con un sabor de boca diferente, con una historia creada solo en tu imaginación. La esponja amarilla vuelve a mirar esos ojos brillantes, intenta atravesar la barrera que conduce hasta los pensamientos de la niña. Nuevamente empieza el juego. Nuevos supuestos, un concierto, la ilusión de escuchar a tu grupo favorito en directo, la gente, la música, esa canción que te pone los pelos de punta, las notas que te atraviesan y te hacen volar hacia sitios insospechados, el ambiente, las luces, la tensión, destrozarte la garganta cantando junto a ellos sin importar el mañana, solo cada segundo del presente. ¿Serán los nervios? como esos nervios que se presentan antes de los exámenes, que no te dejan dormir, comer o pensar, esos nervios que llegan de repente y te invaden, que no dejan espacio en tu estómago, que aparecen de la nada e igualmente se van cuando menos te lo esperas, esos que te crean un nudo en la garganta para que no seas capaz de articular palabra.

En mitad del juego la niña se levanta. La esponja amarilla la sigue con la mirada. La niña se mueve hacia su habitación y se abraza a su almohada. Una tímida lágrima se escapa de sus ojos brillantes. Con un leve gesto con la mano, la lágrima desaparece y los ojos de la niña se cierran. La esponja amarilla no puede dejar de pensar e imaginar que es lo que está pasando por los sueños de la niña. Las ideas fluyen en todos los sentidos buscando algo que encaje con lo que cree haber visto. Solo se le ocurre una posible explicación pero es demasiado tentador caer en tópicos, las lágrimas no tienen porqué ser de tristeza. ¿Qué podría poner triste a la niña? La esponja empieza a hacer una lista de cosas tristes. Una herida, una decepción, algo que perder, esa canción que hace que se te erice la piel, miles de tópicos en los que poder caer, pero la vida no siempre es perder, al igual que el amor no tiene porqué doler. La esponja amarilla decide terminar su juego, sin quererlo, a ella los ojos también le brillan.

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