El niño que quería escribir lleva una semana cojo. ¿El porqué de su cojera? todo un misterio. La niña que quería soñar y la esponja amarilla están decididas a resolver el misterio. Se sientan la una enfrente de la otra y empiezan a lanzar ideas al aire. La niña se imagina que el niño cojea porque se cayó jugando a los superhéroes. Quizá quería ser como spiderman y tropezó con un ladrillo mal puesto en la pared. La esponja en cambio piensa que cojea porque se ha dado un golpe en el pie contra un mueble, de esos que te hacen ver las estrellas. A la niña le duele solo el imaginárselo, pero no cree que el niño fuera capaz de reprimir un grito de dolor al golpearse así que también se desecha esa idea. Nadie sabe porque pero el niño cojea. La niña busca en su mente alguna situación que le permita explicar una cojera, se le ocurren muchas, pero ninguna convincente. Una pata de palo, una piedra en el zapato y el mordisco de un perro también son ideas rechazadas, aunque la niña divaga en historias de piratas, loros y peces y por supuesto no le importaría en absoluto que el niño fuese un pirata de esos modernos, sin parche en el ojo y sin garfio en la mano. Quizá en algún rincón tenga escondido un barco, de esos con dos mástiles, con grandes velas para surcar los mares en busca de peligros y tesoros. Los ojos de la niña brillan de emoción pero la esponja amarilla le recuerda que los piratas solo existen en los cuentos, que el niño no tiene una pata de palo, ni es un pirata, simplemente cojea. La niña la mira un poco enfadada pero en el fondo sabe que la esponja tiene razón. ¿Alguna otra idea? Ambas se miran. Ninguna. La niña suspira, quizá solo haya sido un tropiezo y es probable que pronto deje de cojear, pero hasta entonces la niña seguirá pensando que es un pirata y seguirá buscando en cada rincón un barco de madera que le permita alejarse mar adentro, con una jarra de grog en la mano y un loro apoyado en su hombro izquierdo. Mientras quede ilusión siempre se podrá soñar.
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