viernes, 10 de diciembre de 2010

proyecto IX

Érase una vez que se era una mañana fría y azul, rosa y morada, también tenía algo de naranja y un poco de verde en el color de las sábanas. Al fondo un jardín, amarillo y granate, de piedras con lunares. En las piedras una inscripción. Cuatro letras: ATGC. Dentro de la A un olivar, dentro de la T una estrella fugaz. En la G un sombrero y en la C un guerrero. El guerrero secuestró el sobrero y lo escondió en el olivar, pidiendo que nadie lo encontrara a la estrella fugaz. La estrella le guiñó un ojo, enamorando al guerrero que la siguió hasta el mismo infierno. Un infierno color pistacho, morado y plateado. Algo de azul, algo de dorado. La estrella al guerrero había despistado, olor a caramelo, a regaliz, a mora. El guerrero vagaba perdido en mitad del infierno pero no le importaba, la misión llevaba escrita en su espada. La estrella en el cielo brillaba, alegre, pensativa y a veces cansada. De colores claros, verdes, amarillos y anaranjados, a veces riendo y a veces llorando, en el guerrero seguía pensando.

Un dragón gris y un lagarto rosa discutían por una mariposa. Los dos querían darle nombre, los dos querían que fuera su esposa. Ente tanto llegó el guerrero intentando poner orden. Pero pronto lo distrajo el sonido de un renacuajo. Tantas cosas había en aquel lugar que amaba y odiaba, que apenas pudo ver como la luz se apagaba. Primero desapareció el naranja, llevándose consigo el rojo. El amarillo se volvió dorado y desapareció el morado. El infierno se volvió blanco, después opaco, después simplemente vacío.

El guerrero miraba absorto como cambiaban de color las hojas, del verde más intenso al marrón más apagado y después simplemente desaparecían dejando un hueco vacío. Así, poco a poco y sin sentido, fueron desapareciendo todas las cosas. Primero aquellas sin importancia, aquellas que nadie echaría en falta. Después las cosas pequeñas, las que se pierden en cualquier bolsillo. Le siguieron las medianas, las cuadradas, las alfombras planas, después las cazuelas y las palanganas. A continuación las grandes, los relojes, los árboles, después los animales, los sabores, los olores, las risas, las canciones. Poco a poco como en una lluvia de otoño fue desapareciendo el mundo y apareciendo el vacío.

El vacío era frío, perezoso y también algo pegajoso. Cuando se tocaba se expandía, cuando se miraba te atraía. El guerrero utilizó su espada contra el vacío y se volvió vacía. La soltó pensando que el vacío le alcanzaría de no hacerlo. Pensó en la estrella, en si ella podía haber escapado a aquello y la escuchó reír. Cerró los ojos y el negro se apoderó de todo al volver a abrirlos. El vacío era frío y oscuro. El silencio ocupaba lo que antes llenaban los colores. El guerrero intentó gritar pero su voz sonó vacía. Un último pensamiento a la estrella y se sintió vacío. Nada por lo que luchar, nada por lo que seguir, nada que le hiciera moverse, vivir o sonreír. Simplemente vacío.

Mientras tanto, en un lugar lejano, una esponja y un niño hablan despacio.

- ¿Qué le pasa a la niña? ¿Has visto lo cansada que está, lo que le cuesta pensar y como la mirada tiene perdida?
- Si, lo sé, la niña ha dejado de soñar, ha cambiado los sueños por pesadillas.

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