La primavera se acerca dejando al invierno en la lejanía, el frío se convierte en calor y el viento en una suave brisa que remueve las hojas de los arboles lentamente. Empiezan a alargarse los días y el sol que entra por la ventana produce una leve morriña cuando empieza la tarde. En una tarde de estas nos encontramos hoy, la niña que quería soñar y la esponja amarilla están tumbadas en el sofá, cada una a su manera, la niña que quería soñar está boca abajo con los pies en el respaldo del sofá y la esponja amarilla apoya su cabeza en el reposa brazos y los pies encima de la barriga de la niña. Tras un rato con los ojos cerrados la niña empieza a soñar en voz alta.
- ¿Sabes qué esponja? El amor y el trabajo son una cosa muy parecida, por no decir que son básicamente lo mismo.
La esponja amarilla abrió un ojo, se giró en dirección a la niña y se dispuso a escucharla.
- Si, te explico. Cuando te enamoras de alguien, ese alguien se convierte en la persona perfecta. Todo en él es perfecto, sus ojos, sus labios, sus manos, su culo, su sonrisa, todo. Con el trabajo pasa lo mismo, lo ves y dices, es el trabajo de mis sueños, el amor de mi vida. Entras en la etapa perfección. Suspiras por cada gesto que no te hace a ti porque ni siquiera sabe que existes, por cada palabra que sale de su boca, por cada mirada, por cada momento que pasa con sus amigos, en general por cualquier cosa que hace la gente normal. Después de la fase perfección entras en la fase sueño. Te pasas el día soñando con eso. Te pones a soñar como sería trabajar allí, las cosas que podrías hacer, como podrías mejorar, como podrías alcanzar las metas que te propusieran y lo feliz que serías en aquel lugar. Luego llega la fase reto. Te propones retos que tienes que conseguir, chocar con él, hablar con él, sacarle tema de conversación, en definitiva, esta es la etapa de acercamiento, el reto es hacer que él o el trabajo sepa que existes. Una vez superada esta fase llega la de idolatración, que es como la etapa perfección pero mucho más intensa porque ahora además de ser perfecto sabe que existes, lo que lo convierte en un semi dios. En esta etapa la percepción del tiempo varía sobre la que tendría una persona en su sano juicio, es decir, cuando estás con él el tiempo pasa extremadamente rápido y cuando no estás con él el tiempo pasa extremadamente lento. En el trabajo pasa lo mismo, estás tan pendiente de hacer lo que te gusta que apenas reparas en que han pasado 6, 10, 18, 20 horas desde que entraste a trabajar. Pero el tiempo no te importa porque en definitiva has alcanzado tu reto, que te conozca, pasar tiempo con él, que sepa que existes y eso te provoca una sensación de felicidad extrema. La duración de esta etapa depende de cada persona y de cada circunstancia pero suele ser bastante larga. Una vez superada esta fase caemos en la fase de conocimiento. Esta fase se alcanza cuando ya lo conoces bien, has conseguido que sea un buen amigo, que confíe en ti, que te hable sin tener que inventarte algo increíble para que te escuche y estás descubriendo como es en verdad, su forma de ser propiamente dicha. Ya no es tan perfecto como antes porque tiene sus defectos pero oye, ¿quién no tiene defectos? ¿acaso existe el trabajo ideal? pero te gusta tanto que los defectos que vas encontrando se suplen con las ganas que tienes de seguir trabajando. Tiempo después te das cuenta de que el muchacho en cuestión es un cabrón, así con todas las letras, pero no sabes que tiene que cada día te gusta más, o eso dicen, que los tíos cabrones siempre tienen ese no se qué que nos vuelve locas, en esta fase piensas que ese dicho tiene toda la razón del mundo. En cuanto al trabajo te das cuenta de que le dedicas tanto tiempo que no te queda para dedicarle a otras cosas, cosas que antes si que hacías pero te gusta tanto tu trabajo que no te importa, ya las harás en otro momento. Tras esta fase llega la fase de regalo. Yo la llamo así porque en esta fase se acentúa la fase cabrón pero descubres que de vez en cuando salen las cosas bien, y ese pico de alegría es el que te ayuda a seguir adelante con la misma fuerza y energía que el primer día. Es cuando estás embobada mirándolo y de repente él te mira y te sonríe, o te da un abrazo sin venir a cuento, cosas fortuitas que hacen que todas las mariposas dormidas de tu estómago despierten a la vez provocando un tornado de magnitud cuatro y que hace que olvides todos los malos momentos que te hace pasar. Después de esto hay una fase de digamos, aceptación. Confirmas que él es un cabrón, que el trabajo es duro, pero oye, es lo que te gusta y lo aceptas, tal y como es y sabes que es semi perfecto, que ya no es un dios, que es un mortal como los demás pero que tiene ese algo especial que hace que cada esfuerzo valga la pena. Llegado a este punto se puede entrar en la fase de amistad, en la que él te trata como si fueras un colega más del grupo. Empieza a ganar confianza, tanta, que hasta te cuenta que chica le gusta, o con quien se ha liado el fin de semana anterior, y tú lo escuchas aunque empieces a hacer una lista de tías a las que matar, pero dejas tu lado asesino a un lado porque él sigue siendo lo importante. El trabajo es lo más importante, en lo que se centra tu vida, por lo que te levantas cada mañana con una sonrisa y los días pasan. Llega un día que sin saber ni como ni cuando te das cuenta de que él ya no es un dios, no es perfecto, de echo tiene bastantes imperfecciones, que estás cansada de sus chistes malos, que por ciertos son siempre los mismos, que sus historias ya no te hacen sonreír, que tu lista de gente a la que matar es más larga que la lista de Schindler y que en definitiva está empezando a dejar de hacerte gracia. En el trabajo pasa lo mismo, llega un día que te levantas por la mañana y empiezas a remolonear en la cama para no ir tan temprano, si total, vas a estar el resto del día allí trabajando, que las cosas que haces se vuelven todas iguales, intentas encontrar la ilusión del primer día y se te antoja demasiado lejano. Es en ese momento en el que empieza la fase pregunta. En ella te preguntas como has llegado hasta ese punto, qué pasó para que los días se convirtieran en una monotonía, qué pasó con aquel chico perfecto que cuando sonreía se paraba el mundo. Y es en ese momento en el que caes de bruces en la realidad, ni el chico era perfecto, ni el trabajo era el de tus sueños, porque los chicos perfectos no existen y los sueños solo son eso, sueños.
A estas alturas, la esponja amarilla hace rato que se ha quedado dormida pero a la niña eso no parece importarle, a veces las cosas necesitan ser contadas aunque no haya nadie para escucharlas.
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sábado, 10 de marzo de 2012
viernes, 17 de febrero de 2012
proyecto XXIX
El invierno seguía su camino irremediablemente, el sol se acostaba antes y la tardes se hacían oscuras muy pronto. Era en ese momento cuando se escuchaba aquel ruido atronador que hubiera reventado los tímpanos a cualquier persona en su sano juicio. ¿A qué se debía tanto escándalo? El niño que quería escribir fruncía el ceño y suspiraba sabiendo que no podía hacer nada al respecto.
- Un día te vas a quedar sorda poniendo eso que tú llamas música a todo volumen - le dijo a la niña que quería soñar, que pasaba por allí en busca de chocolate.
- Para eso lo hago, así no me escucho
- Un día te vas a quedar sorda poniendo eso que tú llamas música a todo volumen - le dijo a la niña que quería soñar, que pasaba por allí en busca de chocolate.
- Para eso lo hago, así no me escucho
jueves, 26 de enero de 2012
proyecto XXVIII
Esta vez la niña que quería soñar y el niño que quería escribir se enfrentan a un laberinto. Ambos quieren solucionarlo pero a la vez ambos saben que si lo intentan juntos puede que no salgan del laberinto en años, por lo tanto, deciden separarse para hallar la solución al mismo. La esponja amarilla lo piensa un poco y opta por quedarse al margen, no quiere inclinar la balanza ni para uno ni para otro así que se compra un helado y se dispone a esperar. El niño y la niña entran juntos al laberinto pero pronto se separan tomando cada uno el camino que les parece más acertado.
La esponja amarilla mientras espera y se come el helado piensa en cómo podrán salir de allí, parece difícil, pero sabe de sobra que ambos pueden lograrlo. El helado se le está acabando y ninguno de los dos da señal alguna de haber salido. “Normal”, piensa, “es demasiado pronto”. Al poco de empezar su segundo helado ve aparecer al niño por la salida del laberinto. Casi no puede creerlo, ¿cómo es posible que ya haya salido? El niño la ve y se sienta a su lado con una sonrisa. Siete helados, dos paquetes de galletas, una bolsa de pipas, dos refrescos, una pizza, dos bolsas de gominolas y muchas horas después aparece la niña. La esponja amarilla que se estaba empezando a preocupar salta del banco para ver si la niña está bien y la invita a sentarse con ellos. La niña además de bien está muy contenta le brillan los ojos y su sonrisa es sincera.
- ¿Cómo has podido tardar tanto? – pregunta el niño con maldad – Ya creía que tenía que entrar a buscarte
- Que gracioso, ¿Llevas mucho tiempo aquí?
- Tanto que si fuera una planta podía haber echado raíces – se ríe el niño
- No me lo creo, a ver, ¿cómo conseguiste salir del laberinto?
- Muy fácil, entramos por un sendero y giramos a la derecha, luego tú giraste a la izquierda y yo me retrasé. Sabía que la salida estaba cerca de la entrada así que busqué algún punto débil en la estructura de la pared del laberinto y di con un pasadizo que me llevó al otro lado. Gracias a mi gran sentido de la orientación y por la disposición de las baldosas del suelo supe cual era la dirección a seguir. Al final de ese nuevo sendero estaba la salida, ¿impresionante verdad?
La esponja ahora comprendía porque el niño había tardado tan poco en salir del laberinto, la niña se quedó muy pensativa.
- Eso es trampa – dijo al fin.
- No, no es trampa, es aprovechar los recursos al máximo – le contestó el niño - ¿y tú por qué has tardado tanto?
- Pues veréis, una vez leí que para encontrar la salida a un laberinto hay que apoyar la mano en la pared de la derecha y continuar el recorrido hasta encontrar la salida sin despegar la mano de la pared. Nunca había probado si era verdad así que dije ¿por qué no? y así fue. Al entrar coloqué mi mano derecha en la pared y fui avanzando sin quitar la mano de allí. Al principio iba con mucha ilusión pero con el paso del tiempo empecé a pensar si en verdad aquello era una buena idea. Mientras me hallaba inmersa en mis sueños, descubrí que la pared que estaba tocando a veces tenía una textura y a veces otra. Eso me llamó la atención y en el siguiente cambio de textura me paré para verlo más detenidamente. Que sorpresa la mía, cuando, al mirar la pared vi que estaba compuesta por pequeñas formas geométricas. Lo mejor llegó cuando me di cuenta de que podía moverlas como quería, podía formar conjuntos de figuras geométricas que formaran otras figuras. Así que me puse manos a la obra y creé una flor, un pájaro, un avión y para terminar una sonrisa. Seguí avanzando por el laberinto siempre con mi mano derecha apoyada en la pared hasta el siguiente cambio de textura. Esta vez no eran figuras geométricas, eran números, la verdad es que los números nunca han sido mi fuerte pero me puse a observar que podía hacer con ellos. Al contrario de las figuras geométricas no los podía mover, pero sí presionar y cada vez que presionabas uno todos se convertían en ese número, volviendo a la normalidad un instante después. Seguí avanzando por el laberinto, girando a la derecha o a la izquierda según me guiaba la pared derecha. El siguiente cambio de textura era un dibujo, una barca. ¿La novedad? El roce de los dedos en la pared equivalía a usar un lápiz en ella, con lo cual la barca pronto navegaba por un mar tranquilo lleno de peces y de estrellas de mar. Cuando empezó a soplar el viento tuve que construirle un mástil con una gran vela. La barca se fue haciendo cada vez más grande, con timón, cañones, vigía y mascarón de proa incluido y ya era todo un señor barco pirata con bandera incluida, cuando el mar empezó a enfurecerse y a rugir, haciendo que el barco desapareciera engullido por las olas y saliera a flote resistiendo cada nueva embestida hasta que la tormenta pasó y el mar volvió a estar en calma. Después de mi curso de navegación acelerado, seguí avanzando por el laberinto. El siguiente cambio de textura tardó en llegar, tanto que creía que quizá no iba a encontrar ningún otro cambio en la pared. Pero me equivocaba, el cambio llegó y con él un nuevo misterio. Un montón de rayas que al principio no me sonaban a nada, pero mirándolo detenidamente descubrí que era un plano del laberinto y que en él estaba trazado el recorrido que yo misma había hecho. ¿La salida? a escasos metros, solo tenía que seguir la dirección que llevaba y saldría del laberinto.
El niño y la esponja amarilla se quedaron mirando a la niña sin saber si aquello era un sueño y la niña se había perdido en el laberinto y por eso había tardado tanto, si aquel laberinto la había vuelto loca o si en verdad aquello que relataba con tanto detalle era cierto. Quizá la niña solo intentaba hacerles comprender que a veces lo importante no es llegar, sino aprender y divertirse en el camino, aunque se tarde un poco más en conseguir el mismo objetivo.
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La esponja amarilla mientras espera y se come el helado piensa en cómo podrán salir de allí, parece difícil, pero sabe de sobra que ambos pueden lograrlo. El helado se le está acabando y ninguno de los dos da señal alguna de haber salido. “Normal”, piensa, “es demasiado pronto”. Al poco de empezar su segundo helado ve aparecer al niño por la salida del laberinto. Casi no puede creerlo, ¿cómo es posible que ya haya salido? El niño la ve y se sienta a su lado con una sonrisa. Siete helados, dos paquetes de galletas, una bolsa de pipas, dos refrescos, una pizza, dos bolsas de gominolas y muchas horas después aparece la niña. La esponja amarilla que se estaba empezando a preocupar salta del banco para ver si la niña está bien y la invita a sentarse con ellos. La niña además de bien está muy contenta le brillan los ojos y su sonrisa es sincera.
- ¿Cómo has podido tardar tanto? – pregunta el niño con maldad – Ya creía que tenía que entrar a buscarte
- Que gracioso, ¿Llevas mucho tiempo aquí?
- Tanto que si fuera una planta podía haber echado raíces – se ríe el niño
- No me lo creo, a ver, ¿cómo conseguiste salir del laberinto?
- Muy fácil, entramos por un sendero y giramos a la derecha, luego tú giraste a la izquierda y yo me retrasé. Sabía que la salida estaba cerca de la entrada así que busqué algún punto débil en la estructura de la pared del laberinto y di con un pasadizo que me llevó al otro lado. Gracias a mi gran sentido de la orientación y por la disposición de las baldosas del suelo supe cual era la dirección a seguir. Al final de ese nuevo sendero estaba la salida, ¿impresionante verdad?
La esponja ahora comprendía porque el niño había tardado tan poco en salir del laberinto, la niña se quedó muy pensativa.
- Eso es trampa – dijo al fin.
- No, no es trampa, es aprovechar los recursos al máximo – le contestó el niño - ¿y tú por qué has tardado tanto?
- Pues veréis, una vez leí que para encontrar la salida a un laberinto hay que apoyar la mano en la pared de la derecha y continuar el recorrido hasta encontrar la salida sin despegar la mano de la pared. Nunca había probado si era verdad así que dije ¿por qué no? y así fue. Al entrar coloqué mi mano derecha en la pared y fui avanzando sin quitar la mano de allí. Al principio iba con mucha ilusión pero con el paso del tiempo empecé a pensar si en verdad aquello era una buena idea. Mientras me hallaba inmersa en mis sueños, descubrí que la pared que estaba tocando a veces tenía una textura y a veces otra. Eso me llamó la atención y en el siguiente cambio de textura me paré para verlo más detenidamente. Que sorpresa la mía, cuando, al mirar la pared vi que estaba compuesta por pequeñas formas geométricas. Lo mejor llegó cuando me di cuenta de que podía moverlas como quería, podía formar conjuntos de figuras geométricas que formaran otras figuras. Así que me puse manos a la obra y creé una flor, un pájaro, un avión y para terminar una sonrisa. Seguí avanzando por el laberinto siempre con mi mano derecha apoyada en la pared hasta el siguiente cambio de textura. Esta vez no eran figuras geométricas, eran números, la verdad es que los números nunca han sido mi fuerte pero me puse a observar que podía hacer con ellos. Al contrario de las figuras geométricas no los podía mover, pero sí presionar y cada vez que presionabas uno todos se convertían en ese número, volviendo a la normalidad un instante después. Seguí avanzando por el laberinto, girando a la derecha o a la izquierda según me guiaba la pared derecha. El siguiente cambio de textura era un dibujo, una barca. ¿La novedad? El roce de los dedos en la pared equivalía a usar un lápiz en ella, con lo cual la barca pronto navegaba por un mar tranquilo lleno de peces y de estrellas de mar. Cuando empezó a soplar el viento tuve que construirle un mástil con una gran vela. La barca se fue haciendo cada vez más grande, con timón, cañones, vigía y mascarón de proa incluido y ya era todo un señor barco pirata con bandera incluida, cuando el mar empezó a enfurecerse y a rugir, haciendo que el barco desapareciera engullido por las olas y saliera a flote resistiendo cada nueva embestida hasta que la tormenta pasó y el mar volvió a estar en calma. Después de mi curso de navegación acelerado, seguí avanzando por el laberinto. El siguiente cambio de textura tardó en llegar, tanto que creía que quizá no iba a encontrar ningún otro cambio en la pared. Pero me equivocaba, el cambio llegó y con él un nuevo misterio. Un montón de rayas que al principio no me sonaban a nada, pero mirándolo detenidamente descubrí que era un plano del laberinto y que en él estaba trazado el recorrido que yo misma había hecho. ¿La salida? a escasos metros, solo tenía que seguir la dirección que llevaba y saldría del laberinto.
El niño y la esponja amarilla se quedaron mirando a la niña sin saber si aquello era un sueño y la niña se había perdido en el laberinto y por eso había tardado tanto, si aquel laberinto la había vuelto loca o si en verdad aquello que relataba con tanto detalle era cierto. Quizá la niña solo intentaba hacerles comprender que a veces lo importante no es llegar, sino aprender y divertirse en el camino, aunque se tarde un poco más en conseguir el mismo objetivo.
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